He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura y el caos. Histéricos, famélicos y muertos de hambre; arrastrándose por las calles, desesperados al amanecer buscando una dosis furiosa, quienes con ojos cavernosos se levantan fumando de madrugada en la oscuridad sobrenatural de los apartamentos cutres donde solo hay agua fría y sucia, flotando a través de las alturas de las ciudades, contemplando la sofisticación lejana e inalcanzable del jazz que se escucha a través de las ventanas.